Los símbolos tienen el poder de condensar significados complejos en formas simples, y su capacidad para conectar culturas, ideas y emociones los convierte en portadores de una fuerza inigualable. Pero, ¿qué sucede cuando el peso de la historia y los algoritmos de nuestra percepción colectiva distorsionan su significado original? La esvástica, un emblema que ha viajado a través de miles de años y continentes, nos obliga a reflexionar sobre esta pregunta.
Un símbolo que trasciende culturas

La esvástica tiene un origen profundamente arraigado en las culturas antiguas. Su forma geométrica, a menudo asociada con la rotación o el movimiento del cosmos, ha sido interpretada como un símbolo de buena fortuna, equilibrio y prosperidad. En la India, aparece en el hinduismo, budismo y jainismo, donde se le otorga un valor espiritual y auspicioso. También encontramos la esvástica en las culturas nórdicas, celtas e incluso en América, utilizada por los pueblos navajos como una representación de la eternidad y el ciclo de la vida. Incluso el astrónomo Carl Sagan planteó que su diseño podría derivar de la observación de cometas, cuyos rastros rotativos habrían inspirado este símbolo en la mente de los antiguos.

Antes de ser asociado con el nazismo, este símbolo gozaba de popularidad en Occidente como un emblema de buena suerte. A principios del siglo XX, empresas como Coca-Cola y Carlsberg lo incluyeron en su publicidad, y las naranjas «Swastika» de California lo empleaban como parte de su branding.

Este uso reflejaba un entendimiento global de la esvástica como un símbolo positivo, sin las connotaciones negativas que adquiriría posteriormente.

En el Perú precolombino, la esvástica aparece representada en la cerámica de culturas como la mochica y chimú, asociada al movimiento y los ciclos de la vida. Walter Alva, arqueólogo y descubridor del Señor de Sipán, explica que este símbolo representaba el dinamismo de los ciclos vitales, reflejando la conexión de los antiguos peruanos con la naturaleza. En el museo Huaca Rajada, se exhiben piezas donde se puede observar este símbolo geométrico, vinculado también al vuelo de las aves. A pesar de su relevancia simbólica, la esvástica peruana, como en otras culturas, perdió visibilidad tras la apropiación nazi, quedando relegada al ámbito académico y arqueológico.
Este símbolo universal, que conecta creencias y cosmologías, refleja cómo las civilizaciones buscaban interpretar y representar su entorno, uniendo lo terrenal con lo celestial. Pero, como sucede con muchos elementos cargados de significado, también ha sido un objeto de apropiación.
El algoritmo del odio: el uso nazi

En el siglo XX, el Partido Nacionalsocialista Alemán, bajo el liderazgo de Adolf Hitler, tomó este símbolo milenario y lo convirtió en el eje de su propaganda. La esvástica, en su contexto original un signo de armonía, fue transformada en un emblema de supremacía racial y poder destructivo. Bajo el régimen nazi, la esvástica adornó banderas, uniformes y propaganda, sellando su asociación con el Holocausto y los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Esta apropiación redefinió el símbolo para el imaginario colectivo occidental, vinculándolo para siempre con el odio y el genocidio. En muchos países, su uso está prohibido o severamente restringido, y la esvástica ha quedado atrapada en los algoritmos de la memoria histórica, interpretada casi exclusivamente como un emblema de opresión.
El abandono del símbolo tras el nazismo

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la asociación de la esvástica con el nazismo, diversas culturas que históricamente utilizaban este símbolo decidieron cesar su uso. Por ejemplo, en Japón, la esvástica («manji») seguía siendo un símbolo budista que indicaba templos en los mapas, pero las autoridades consideraron reemplazarla para evitar malentendidos con turistas occidentales. En India y Nepal, aunque se mantiene como un emblema sagrado en rituales religiosos, su uso público ha disminuido.

De forma similar, en 1940, varias tribus nativas americanas, como los navajos, apaches, tohono o’odham y hopi, difundieron un decreto conjunto donde renunciaban a incluir la esvástica en sus artesanías y objetos culturales, señalando que el símbolo había sido profanado.

Texto del decreto:
«Ya que el mencionado ornamento, que ha sido durante siglos símbolo de amistad entre nuestros antecesores, ha sido profanado recientemente por otra nación. Por tanto, establecemos que de aquí en adelante y para siempre nuestras tribus renuncian al uso del emblema conocido comúnmente como esvástica o fylfot en nuestras mantas, canastas, objetos de arte, vestido y pinturas de arena.»

Incluso en movimientos globales como los Boy Scouts, la esvástica tuvo un uso prominente a principios del siglo XX. En 1911, el «Thanks Badge» incluía una esvástica en su diseño como símbolo de gratitud. Más tarde, en 1922, Robert Baden-Powell diseñó la Medalla al Mérito, que incorporaba este símbolo junto a la flor de lis scout. Sin embargo, con el auge del nazismo en la década de 1930, el movimiento scout eliminó cualquier uso de la esvástica en sus insignias para evitar asociaciones negativas.
Liberar el significado
No podemos ignorar el impacto del nazismo sobre la esvástica, pero tampoco podemos olvidar su verdadera naturaleza. Romper el algoritmo del odio no significa olvidar, sino resignificar. Los símbolos no pertenecen a una narrativa particular; son parte del legado colectivo de la humanidad.

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